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martes, 26 de enero de 2010

ZARATUSTRA BEODO

Zaratustra, después de haberse autoconvencido que su nuevo evangelio asentado en la muerte del Dios consuetudinariamente aceptado, no lograba la acogida entre la miserable chusma, y después de haber emprendido el retorno a su cueva y hallándose dentro de ella, compartiendo sus instantes con huéspedes que no comprendían a cabalidad el nuevo mensaje, y que no tenían nada de cercanos al superhombre, se frustró totalmente. La grandeza de su mensaje ininteligible para los que se arrastran sumisamente, le causo un severo dolor. Zaratustra se adentro en reflexiones y llego a observarse decadente y horrendo, y tal imagen destrozo su ecuanimidad e hizo que la razón lo abandonara, dejándolo en la condición de un estúpido terrígeno terrícola enamorado. A Zaratustra solo le quedaba la posibilidad de lanzarse a los brazos de la embriaguez. Después de caudalosos tragos, el alcohol se enseñoreo de su cuerpo y en pleno delirio profirió estas desastrosamente bellas palabras:

OH!! Tú, el que estas por venir,
Escogiéndome tu enunciador,
Mensaje ininteligible y esotérico pregono
Entre populacho despreciable.

Dios ha muerto, evangelio nuevo,
Toda falsedad salta hecha pedazos,
Camino libre al Superhombre,
Llegando la desgracia a la decadencia.

Pies enemistados con el mensajero,
Soledad, en ti se descubre la libertad,
Amor, sentimiento de gentío ignaro,
Poder, derecho perpetuo del superior.

Te maldigo vientre,
Me cobijaste y me expulsaste a los nueve meses,
Jamás me inmunizaste contra la debilidad;
Soy todavía humanamente inservible.

Me produces desprecio, tú, portador de lo débil.
Toda moralidad tshandala es contra natura,
Moriré, odiándome y amando al que vendrá.
Prójimo, nausea me causas.

Soy anunciador de un nuevo orden;
Jamás me elevare a lo superior.
Condeno y fustigo, prójimo, tu descendencia.
Te amo Superhombre.

Amor irracional, me fortaleces;
Mensajero, viéndote entre débiles,
Que ama lo poderoso,
Otorgando rosas al superior.

Cansándose de tanto vociferar, enmudeció por breves minutos. Sus palabras eran incomprensibles para “los mas”, sin embargo causaba fiesta entre “los menos”. Miró en derredor suyo y hallándose solo, se confundió consigo mismo. Zaratustra no quiso dirigirle más palabras al firmamento. Atormentándole su decepcionante condición de rosa en el desierto, retomo el camino con pasos cansinos, adentrándose de nuevo en su cueva. Sus huéspedes lo asecharon con miradas perplejas, luego siguieron con su insustancial conversación. Zaratustra, serenándose, se involucro en el dialogo de sus ocasionales acompañantes… volviéndole de nuevo el deseo de pregonar su mensaje renovador a la ciudadela imbecilizada.


(Mi artículo aparecio en el Periódico “El Horizonte”, año 03 Nº 02, mes de setiembre de 2005)