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jueves, 13 de octubre de 2016

Lo Efimero

Cuando por el diario transcurrir, uno pierde la noción que lo cotidiano muchas veces obscurece lo contemporáneo, y que si ello sucede, lo eterno se nos ha ido; lo contemporáneo no es más que peldaños necesarios en la inmensidad de lo eterno. Y una forma de buscar eternidad, es la trascendencia.
El diario transcurrir, por los problemas que obliga a enfrentar, desarrolla en nosotros una visión tubular o restringida, quizá unidireccional, lo que acaba ferozmente de a pocos con la razón de ser de nuestra existencia. El vivir solo el día a día, anula toda posibilidad de trascendencia, y no de la trascendencia mediocre (diría irreal, falsa) sino de aquella real, verdadera, que se asienta sobre el remontarnos a nuestro momento de vivencia hacia un horizonte posterior.
Contemplando lo cotidiano, solo vivimos para el hoy; proyectándonos a lo contemporáneo para remontarlo, eso es trascender. Y trascendiendo, lo eterno se nos acerca.
La vida de la persona humana, para una visión antropocéntrica, quizá sea de una belleza inestimable, pero visto cósmicamente, la vida de la persona humana no es más que una microscópica manifestación de un universo inmenso, al cual desconocemos casi en su totalidad. Si hablara de multiverso, ya el asunto es de una ignorancia plena sobre ella.
Una vida efímera, cotidianamente enferma, carece de valor en sí, además para sí es totalmente inservible, pues cancela la trascendencia, lo cual sería o debería ser, la razón en sí de la existencia de la vida de la persona humana. Y aunque pueda esto parecer sinsentido, hay personas inhumanas y hay humanos impersonales, que aunque tengan vida, o sea capacidad de conocer e interactuar con el mundo objetivo exterior, no por ello dejan de ser inservibles en su efímera existencia.

Y como trascender, sino por medio de la actividad transformadora que no solo avizore, más bien construya o desarrolle camino hacia un horizonte superior o elevado en comparación a lo actual.