Cuando por el
diario transcurrir, uno pierde la noción que lo cotidiano muchas veces
obscurece lo contemporáneo, y que si ello sucede, lo eterno se nos ha ido; lo
contemporáneo no es más que peldaños necesarios en la inmensidad de lo eterno.
Y una forma de buscar eternidad, es la trascendencia.
El diario
transcurrir, por los problemas que obliga a enfrentar, desarrolla en nosotros
una visión tubular o restringida, quizá unidireccional, lo que acaba ferozmente
de a pocos con la razón de ser de nuestra existencia. El vivir solo el día a día,
anula toda posibilidad de trascendencia, y no de la trascendencia mediocre
(diría irreal, falsa) sino de aquella real, verdadera, que se asienta sobre el
remontarnos a nuestro momento de vivencia hacia un horizonte posterior.
Contemplando lo
cotidiano, solo vivimos para el hoy; proyectándonos a lo contemporáneo para
remontarlo, eso es trascender. Y trascendiendo, lo eterno se nos acerca.
La vida de la
persona humana, para una visión antropocéntrica, quizá sea de una belleza
inestimable, pero visto cósmicamente, la vida de la persona humana no es más
que una microscópica manifestación de un universo inmenso, al cual desconocemos
casi en su totalidad. Si hablara de multiverso, ya el asunto es de una
ignorancia plena sobre ella.
Una vida efímera,
cotidianamente enferma, carece de valor en sí, además para sí es totalmente
inservible, pues cancela la trascendencia, lo cual sería o debería ser, la
razón en sí de la existencia de la vida de la persona humana. Y aunque pueda
esto parecer sinsentido, hay personas inhumanas y hay humanos impersonales, que
aunque tengan vida, o sea capacidad de conocer e interactuar con el mundo
objetivo exterior, no por ello dejan de ser inservibles en su efímera
existencia.
Y como trascender,
sino por medio de la actividad transformadora que no solo avizore, más bien
construya o desarrolle camino hacia un horizonte superior o elevado en
comparación a lo actual.
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